Logró superar todas las crisis pero ahora los costos se hicieron imposibles de afrontar. Pocos lectores, altos costos del alquiler y fuerte competencia de la cadenas de libros.
Silvia Moreno recién salía de la secundaria cuando comenzó a trabajar en una librería. Nunca más abandonó la actividad. Hasta esta semana, cuando empezó a sacar los libros de las estanterías para ponerlos en cajas. El traslado al depósito, en la galería de las Américas, será la primera etapa del cierre de “Macondo”, la librería ubicada en San Martín 2639 y de la que Silvia, ahora una de las propietarias, comienza a despedirse.
“Empecé en las librerías en 1985, cuando terminé la secundaria, en la vieja Broadway. Iba a ser por temporada, pero nunca dejé la actividad”, recuerda.
Lo suyo fue un amor a primera vista: a los ocho años lavaba el auto de la familia para ganar las monedas que le permitieran comprarse un libro, todas las semanas. No era de extrañar que su primer trabajo fuera en una librería…
De la Broadway pasó a Abbadon y de Abbadon a Macondo. En treinta años se convirtió en una librera hecha y derecha, de esas que conocen el gusto de la clientela, que saben recomendar, que recuerda títulos y autores.
Incluso una temporada trabajó en Sudamericana, recibiendo a los escritores para un ciclo de charlas de literatura y presentación de libros, gracias al cual pudo conocer personalmente a muchos de sus “recomendados”. “Aunque a algunos de ellos -admite entre risas- preferiría haberlos mantenido en mi imaginación”.
El mercado de libros no fue nunca fácil en la Argentina y en Mar del Plata no es mejor que en el resto del país, por el contrario, “es más difícil”, dice. “Aquí la gente elige los lugares para comprar, suele ir a librerías grandes. No es como en Buenos Aires donde los lectores recorren y van a todos los negocios…”. Y agrega: “El marplatense tampoco es muy lector…”.
No obstante todo esto, Silvia nunca pensó en otro destino que el que le deparaba la librería. El comercio del que esta semana comenzó a despedirse: “pasamos todas las crisis -dice- incluyendo la de 2001, que fue durísima, nos costó hasta ahora remontarla. Pero estos últimos tiempos se nos pusieron muy difíciles y la verdad, que ya no podemos más…”.
Estos tiempos difíciles, vienen de la mano de una suba indiscriminada en el precio del alquiler del local: “Acá en la Peatonal los alquileres siempre fueron caros, pero la renovación se fue por las nubes. No podemos afrontarlo”.
El otro factor que atentó contra “Macondo” y, según Silvia, contra todas las librerías chicas, está relacionado con las grandes cadenas, como Cúspide y Yenny, que -dice- “abarcan más del 60% del mercado editorial. No podemos competir con las cadenas, no hay forma, ni en precios, ni en ofertas, ni en la cantidad de libros que podemos comprar, así que las distribuidoras ya casi no nos visitan más. Ni hablar con lo que está pasando en las librerías de los pueblos: las distribuidoras directamente ya no entran…”.
Un ejemplar de Borges aparece debajo de un manual de Astrología y Günter Grass descansa al lado de un tratado sobre marxismo. La mitología griega, la medicina china y el cuidado de las plantas en una misma pila. Mesas caóticas de libros a 50 pesos y estantes un poco más prolijos con títulos conocidos y otros rarísimos, todos con descuento por cierre.
Como el pueblo de García Márquez, la librería que lleva su nombre, comienza a ser leyenda.